martes, 8 de diciembre de 2009

Si yo camino solo...Sí, yo camino solo.

La luz tenue entraba por las rendijas de la ventana, ayer decidió no bajar del todo la persiana, porque cuando lo hace, la habitación queda totalmente a oscuras, como si estuviese en el fondo de una gran alcantarilla, y es lo que solía hacer habitualmente, para olvidarse de todo cuanto te rodea, se decía él. Pero hoy era diferente, eran las doce y Andrés se tenía que levantar, le costaba bastante porque para él eso era madrugar, acostumbrado a levantarse no antes de las tres. En la cama Andrés pensaba que hoy merecía la pena pegarse ese "madrugón", así que, después de que una serie de pensamientos le atormentasen la cabeza, decidió, diez minutos pasado el medio día, levantarse. Andrés se puso las zapatillas de estar por casa, que descansaban en una alfombra sucia de color granate, después apagó la radio, con la que acostumbraba a dormir, y la que situaba en un taburete, ya que no tenía mesilla. La habitación estaba como ayer, la estanteria a su izquierda, y el armario al principio.

Al girar hacia a la izquierda, cae lentamente agua caliente, que, por lo menos, logra quitar el frío que guardaba aquel cuarto de baño después de estar toda una noche solitario, aunque al salir, la calefacción no ha podido borrar aún la huella de esa soledad. Mientras tanto, una cuchilla rebana los pelos faciales de Andrés que piensa en él, y en el hoy.

Andrés abre el armario de su habitación, que ya se está ventilando. Camisa blanca con rayas finitas verticales y de color azul marino, unos vaqueros nuevos, calcetines negros -de los de ejecutivo- jersey de lana azul cielo, cinturón de piel, y por supuesto, los cuellos de la camisa por dentro del jersey, como siempre le han gustado. Y para combatir el frío castellano, un abrigo negro, que destaca por su elegancia.

Al salir de su casa, le invade y le rodea el cuello ese frío tan característico del lugar donde se encuentra, menos mal que pronto coge el tren que le llevará a su destino. Allí, se apoya en la puerta del tren que nunca se abre, pues no hay andén para desembarcar, allí, mientras la música de sus auriculares retumba en sus oídos, se acuerda de sus miserias y de sus fracasos. Algo extraño le llama la atención en el tren, Andrés se queda mirando fijamente a una persona, ésta, parece quedarse mirando a Andrés, ambos mantienen la mirada durante unos segundos, pero, avergonzados la bajan. A Andrés le espera un día duro por Madrid, pero sabe que al volver a su casa, nada será como antes.

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